Recuerdo los primeros muertos que vi en Gaza en la última operación militar israelí del verano pasado. Los primeros muertos que vi en el mismo lugar de ser asesinados por un dron israelí.
Eran 3 miembros de una milicia palestina y estaban carbonizándose. Habían muerto por el impacto del misil, o al menos eso quise pensar (mejor que quemarse vivo), pero todavía se podía apreciar la expresión de su cara, con la cabeza hacia atrás, y la boca abierta. Uno de ellos, el conductor, no tenía cabeza, pero tenía los brazos sujetos al volante.
El misil del dron les cayó encima cuando estábamos en el coche (mi equipo y yo) a 500 metros. Veníamos del Hospital Europeo donde habíamos esperado horas para ver si, finalmente, los israelíes habían dejado evacuar a los palestinos de Khuza’a. Pero nos tuvimos que volver cuando nos avisaron de que las ambulancias no podían entrar a esa zona debido al intenso bombardeo.
Tras ver el impacto y el humo posterior, paramos y bajamos apresuradamente del vehículo,
Unos vecinos llegaban ya al lugar del bombardeo. Había incluso dos niños a los que nadie había visto en medio de tanto caos, crispación por buscar agua y apagar el fuego, y el humo negro con olor a carne chamuscada. El niño mayor, de unos 9 años, estaba boquiabierto mirando a los muertos, sin pestañear. El más pequeño miraba, le apretaba la mano y luego se escondía detrás del mayor.
A mí también me costó reaccionar y tardé unos minutos en gritarles ‘¡Marchaos a casa ahora mismo!’. Y, por primera vez desde que estoy en la Franja, dos niños me hicieron caso. El mayor se había quedado casi petrificado y no parecía moverse. ‘Yallah, a casa, rápido habibi’. (Un poco de cariño, son niños y están conmocionados). Y se marcharon.
Por aquel entonces, los bombardeos comenzaban a ser más y más intesos y las ejecuciones selectivas, esto es, lo que acabábamos de presenciar, eran contínuas. Aunque su selectividad falla. Falla en el momento en el que mata a personas que están alrededor de las que se quiere «eliminar».
Ese día, al lado del coche bombardeado, tirado en el suelo, yacía muerto un vecino del lugar.
Este tipo de asesinatos selectivos, al realizarse en espacios fuera del campo militar de la milicia, resultan muy peligrosos para la población civil. ¿Cuántas veces hemos tenido niños, o adultos, muertos en estos ataques que se hacen en, por ejemplo, tiendas o mercados? Muchas. ¿Cuántas ejecuciones selectivas ha habido en campos de entrenamiento militares palestinos? Muy pocas.
Y estos aparatos, los drones, siguen volando sobre nosotros en la Franja de Gaza. Después de 50 días de bombardeos. Después de un cese al fuego seguimos viviendo con estos aparatos-espías que también pueden atacar.
No os podéis imaginar la intranquilidad que provoca tener que caminar, a oscuras porque no hay electricidad, mientras escuchas el motor del dron encima de ti. Ahora, además, nos recuerdan a los muertos, a los que mataron dejando un boquete en el suelo (si el misil impacta en el suelo) no mayor de 15 centímetros de diámetro. Esa es la huella de un asesinato «selectivo» israelí.